La vida cotidiana presenta innumerables desafíos que a menudo se manifiestan en forma de pequeños contratiempos y tensiones. Se trata de obstáculos comunes, irritaciones banales o estados de ánimo fluctuantes que, si no se entienden con claridad, adquieren proporciones indebidas y consumen energía vital. En lugar de avanzar, a menudo nos detenemos a analizar lo que simplemente podría superarse. Esta actitud nos hace prisioneros de un esfuerzo mental excesivo y de distorsiones de la percepción, que conducen al agotamiento emocional.
Gran parte del sufrimiento no proviene de las dificultades en sí, sino de la forma en que las afrontamos. Las actitudes mentales rígidas, el sentimentalismo, la intolerancia y el exceso de seriedad crean barreras artificiales al bienestar. La represión de los impulsos naturales, a menudo disfrazada de civismo, acaba generando tensiones internas que se expresan en forma de enfermedades nerviosas o cansancio crónico. Superar estos problemas no pasa por negar lo humano, sino por tomar conciencia e integrar armoniosamente la naturaleza física, emocional y mental.
Cuidar el cuerpo con sencillez y sentido común -mediante el descanso adecuado, el contacto con el aire libre, el ejercicio natural y la alimentación intuitiva- resulta más eficaz que seguir dietas complicadas o modas pasajeras. La salud física y emocional florece cuando se respetan los instintos con equilibrio, sin obsesiones ni descuidos. El cuerpo, bien cuidado, se convierte en un sirviente silencioso y fiable.
La capacidad de reír, jugar y olvidarse de uno mismo por un momento tiene un valor reparador. El exceso de autoimportancia es un veneno lento. Cuando se pierde la ligereza, la vida se vuelve más difícil de lo que realmente es. La diversión sincera, por sencilla que sea, refresca la mente y fortalece el espíritu.
Los estados de ánimo, si se acogen con serena observación y no con resistencia, pierden su fuerza y pasan. Lo mismo ocurre con las impresiones negativas que nos formamos sobre nosotros mismos o sobre los demás. Desprenderse de esas imágenes, sin necesidad de sustituirlas por otras más agradables, es un paso importante hacia la libertad interior.
Ver las cosas en su justa medida es un ejercicio de salud mental. Los pequeños problemas pueden parecer enormes cuando se ven demasiado de cerca. Ajustar la perspectiva, física o mentalmente, ayuda a recuperar la claridad. Este ajuste, cuando se mantiene con una vigilancia serena, evita que la energía se desperdicie en lo insignificante.
El bienestar emocional también depende de la calidad de nuestras relaciones. Vivir en armonía con los demás requiere menos esfuerzo cuando se renuncia a intentar cambiarlos. La aceptación de las diferencias, combinada con la voluntad de comprender, disuelve las fricciones innecesarias. Esta misma disposición a la autocrítica nos permite abandonar la autocondena y el deseo de autoperfeccionarnos constantemente.
La educación, especialmente la de los niños, gana fuerza cuando se hace con respeto y sin interferencias innecesarias. El ejemplo silencioso es más poderoso que la corrección continua. Y ante las dificultades inevitables, afrontar las circunstancias con serenidad y no con resistencia aporta más ligereza e incluso curación.
Por último, el sentimentalismo -esa preocupación exagerada por las propias emociones- debilita la acción y bloquea el verdadero sentimiento. Sustituirlo por actitudes prácticas y tranquilas fortalece la mente y deja espacio para una vida más clara, útil y armoniosa. Muchos problemas se desmoronan cuando dejamos de lado el tenso esfuerzo por resolverlos y permitimos que la solución surja de forma natural en el momento adecuado.
Este libro no promete fórmulas, sino que ofrece una perspectiva serena de la vida. Su valor reside en la práctica paciente y constante de las ideas que presenta, hasta que se vuelvan tan naturales como respirar.
A.R.Ribeiro.
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