Las apariencias mandan. La honra, como fue durante siglos, está en juego; la mentira sirve de alivio a todos. En la apoteosis final la mitificación por la muerte borra el pecado de adulterio y convierte al personaje en figura mágica que cuadra con el fondo de neblina fabulosa de las tierras asturianas del autor.
«¿Comprendes ahora lo amargo de mi destino? Presenciar todos los dolores sin poder llorar... Tener todos los sentimientos de una mujer sin poder usar ninguno... ¡Y estar condenada a matar siempre, siempre, sin poder nunca morir!».