En esta obra tenemos al gran estadista, al orador y al líder que nunca parecía perder el norte, pero también al hombre que dudaba de sus propias decisiones, al aristócrata y bon vivant que echaba de menos la juventud, al sentimental y al iracundo. El poliédrico Churchill se construyó un personaje a medida de una Historia con mayúscula. Larson lo cuenta rastreando los claroscuros de las minúsculas. Al fin y al cabo, como dijo el propio Churchill a su secretario: «Si las palabras importasen, deberíamos ganar esta guerra».