Érase una vez un lugar en el que se vivió una curiosa historia. Todo empezó con la llegada a la comarca de un pequeño y extraño grupo de individuos que se hacían llamar universitarios. Fueron acogidos y levantaron la universidad, una casa para cuidar y dar cobijo a algo sorprendente y lleno de posibilidades. Era lo universitario, el deseo y el amor hacia el conocimiento superior fuera de lo común. Lo universitario arraigó en la comarca hasta el punto de pasar a llamarse las Narices. Desde que llegó lo universitario, buena parte de sus habitantes metían sus narices en asuntos asombrosos, se las tocaban con la intención de estudiar el mundo y sus cosas y hablaban de todo ello dejando al más pintado con un palmo de narices. Es lo que pasa si se desea y ama el conocimiento superior, es lo que tiene el hecho de cultivar el espíritu universitario. Sin embargo, se entró en una nueva época en la que tal deseo y amor dejó de recibir admiración y adquirió otras formas. Desde entonces, muchos naricenses, y también universitarios, decían estar hasta las narices de lo universitario y de la Universidad de las Narices. Se intentó poner remedio, pero no se sabe si funcionó, quizá era tarde, a lo mejor ya no tenía sentido.