No dando frutos malos como un árbol corrompido
no cubierto de hojas, pero sin fruto, como la higuera estéril
no dando fruto para sí mismo, como Efraín (Oseas 10:1);
no una rama con un puñado de frutos o un solo ejemplar, sólo lo suficiente para mostrar el carácter del árbol.
No, el cristiano no debe ser así, sino como una rama cargada de buenos frutos, cargada de racimos maduros, endulzada por el glorioso sol, y que alegra el corazón del Gran Jardinero, al ver en ella una rica recompensa por su esfuerzo y sus dolores.
Vale la pena esforzarse por ello. Es el objetivo más noble que el cristiano puede abrigar. Escuchen las palabras de Cristo: "Mi Padre es glorificado por esto, que ustedes den mucho fruto, y así demuestren ser mis discípulos". Juan 15:8. Que lleven mucho fruto es un gran propósito de todos los tratos de Dios con su pueblo. No quiere simplemente que sean perdonados y salvados, sino que lo glorifiquen siendo fructíferos en toda buena palabra y obra. Ningún ser creado puede elevarse más alto en objetivo y espíritu que éste. Llevar la gloria al nombre de Jehová es el objeto más elevado del ángel y del arcángel ante el trono.
Llevar mucho fruto es, además, una prenda segura de discipulado. Si el cristiano hace esto, no puede haber lugar a dudas en cuanto a su esperanza en Cristo. Será manifiesto, tanto para sí mismo como para los demás, que Cristo está en él de verdad.
Tampoco debemos olvidar que todo fruto verdadero es semilla. En la mayoría de los casos, el fruto no hace más que encerrar y custodiar la semilla que lleva dentro. Esto es cierto en el mundo natural, y no lo es menos en el ámbito espiritual. Lo que hoy vemos como fruto, mañana resultará ser una semilla de otros frutos que aún no se han producido. La oración de Esteban por sus enemigos, "¡Señor, no les cargues este pecado!" fue el fruto más precioso de la gracia divina en el alma, reflejando el mismo espíritu de su Maestro; pero también se convirtió en una semilla preciosa, trayendo la salvación a Saulo de Tarso y proporcionando un ejemplo bendito a los creyentes perseguidos en todas las épocas de la historia de la Iglesia.