Porque el amor verdadero no te rompe, no te obliga a mendigar cariño ni te deja en la sombra de una duda constante. El amor real llega como un susurro inesperado, como un rayo de sol tras la lluvia, como una risa que no esperabas, pero que, sin darte cuenta, se convierte en hogar.
Y cuando eso sucede, entiendes que lo que perdiste jamás fue tu destino… sino solo el puente hacia algo mucho mejor.