El comisario Quincy, a pesar del tiempo que llevaba en su cargo, empezaba a sentirse inquieto. Primero, sus jefes le habían rogado que hiciera algo, cuanto antes mejor. Luego, se lo ordenaron.
Por tales motivos, el comisario Quincy había hecho venir a Topeka a un hombre a quién sólo conocía de nombre, pero de unas cualidades extraordinarias como agente especial, y que le había sido recomendado por uno de los altos jefes de la policía de Nueva York.