BARABASH

Escribir un buen prólogo es una tarea ardua, porque uno debe entreabrir la puerta del mundo del autor y su obra sin revelar demasiado. Apenas permitiendo un vistazo como aquel que revela el aleteo de una cortina: ¿Qué hay detrás? Un paisaje resplandeciente y umbrío. Ambos términos son antónimos, no deberían yacer en la misma frase…excepto que uno posea el talento de Yuliya Turavinina.

Quienes la conocemos, sabemos de su inteligencia y su rigurosidad para plasmar su obra y apreciar la de sus colegas. Hace un tiempo yo la apodé Ojos Frescos, un poco por su mirada clara y otro tanto por su sagacidad para detectar la disonancia en un texto. La suya es una mirada tan valiosa y enriquecedora que no queda más que sentirnos bendecidos al habernos cruzado en su camino.

A menudo leo a escritores con numerosos recursos estilísticos pero, paradójicamente, esa búsqueda PROLOGO por la perfección anestesia la pasión. Yuliya es una furiosa exploradora de la perfección. Es una lectora apasionada, una rastreadora de las palabras. En sus cuentos encontrarán palabras añejas que ella les ha sacado lustre. En otro autor, sonarían pretenciosas pero ella logra hacerlas brillar como si fuera la joya más preciada en un relicario. La autora mantiene un equilibrio asombroso entre la erudición y el corazón y, Dios o Barabash son testigos, el uno si el otro no vale nada.

¿Cómo es capaz de lograr semejante alquimia? Sólo tienen que leer las primeras tres páginas de Barabash, que son sencillamente inolvidables. La condena y posterior destierro de ese duende, ente, ángel caído o coágulo, como ella la denomina, a una casa esperando ser habitada, es tan impresionante como asistir al fenómeno de una mota de polvo convirtiéndose en huracán. Después de ese comienzo tan emocionante, bello, impregnado de una poesía oscura, uno no deja de preguntarse como hará la autora para mantener el vuelo. Lo logra con tanta solvencia y naturalidad, que apenas si tenemos conciencia que, efectivamente, nos ha conducido al vórtice mismo de ese huracán.