Con un trabajo basura, una vida sentimental extinguida poco después que los dinosaurios y teniendo a mi madre como compañera de piso, solo la ficción podía salvarme. Hasta que unos misteriosos zapatos pusieron patas arriba la apacible apatía a la que me había resignado y, también, todas las leyes de la lógica más racional.
Lo sé; más parece cosa de cuentos de que de la vida real. Pero creedme cuando os digo que, a veces, un par de zapatos es todo lo que se necesita para pasar de ser una devoradora de películas románticas a convertiste en la protagonista del filme.