Once años antes que Jerusalém fuera totalmente destruida por el ejercito del rey Babilónico Nabucodonosor hubo otro cautiverio, en el 597 a.C, donde el joven Ezequiel es llevado a la gran ciudad de Babilonia (2 Ry 23:36-37; 24:8-16; 2 Cr 36:5-10). Hasta ese momento habían ocurrido varios cautiverios que fueron desmembrando al pueblo de Israel desde tiempo de los asirios.
Una vez que Ezequiel llega a la ciudad de Babilonia ya el profeta Daniel llevaba allí alrededor de diez años y era bien conocido en la corte del Imperio. El profeta Ezequiel, al igual que Jeremías eran ambos hijos de sacerdotes, siendo ellos también parte del servicio, por lo que se mantenían con seguridad, cerca del acontecer cotidiano del pueblo. Cuando Ezequiel, siendo aún joven profetizaba en el contorno de Babilonia, el profeta Jeremías que era mayor, lo hacía en la ciudad de Jerusalém.
Se acercaba la destrucción total de Israel y su Templo Sagrado. El profeta Jeremías les anunciaba el recrudecimiento del cerco que se preparaba, augurando la gran calamidad que se les avecinaba; e igualmente el profeta Ezequiel desde Babilonia anunciaba a su pueblo exiliado y cautivo, la inminente matanza, quema, y cautiverio al que se verían sometidos el resto del pueblo que aún permanecía en la Judea; y que duraría 70 años—como finalmente sucedió—mientras él apasionadamente les profetizaba a orillas del rio Chebar (1:3), entre inesperadas visiones.
Allí el profeta Ezequiel tuvo visiones de la gloria de Yahweh (1:26-28), presenció visiones de animales celestiales (1:4-11, 19, 22), y sin dudas otras figuras que describió como pudo en el lenguaje de su época, pero que claramente hoy son muy parecidos—mientras los desglosa—a los aviones modernos de combates, acorazados, tanques, artillería pesada; en fin, visiones para él espantosas y terribles dirigidas al final de los tiempos.
Ezequiel profetizaba desde el exilio a sus compatriotas diciéndoles que se olvidaran del regreso a su patria ya que pronto Jerusalém sería destruida hasta los cimientos y comenzaría otro cautiverio de 70 años. Para los allí presentes les era difícil admitir que el Templo de Dios (centro del culto nacional) sería totalmente quemado; sin embargo, Dios les advertía que dejaran de escuchar a los falsos profetas—como siempre los hay—quienes les hablaban de paz, prosperidad y pronta reconciliación. Era en realidad tiempo de recoger lo mal sembrado.
En medio de tantas tragedias Dios le revela al profeta lo que ocurriría al Final de los tiempos y la invasión que dispararía la Tercera Guerra Mundial e instauración de la justicia eterna y promesa divina.